Al otro lado de la linea

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Al otro lado de la línea

Escrito por Maritza Pinos Sarmiento, Psicóloga Clínica

Me apoyo a mí mismo con el amor de mi familia

– ¿Cuál es su emergencia? – pregunto de forma automática cada vez que atiendo una llamada, pero las voces que responden, siempre me cuentan historias diferentes.
– Les llamo para decirles que me voy a matar.
– ¿Qué le pasó? Cuénteme.
– Nada, solo quiero decirles que me voy a matar.
– Quiero ayudarle, ¿tiene algún problema?
– Nadie me puede ayudar – balbuceó.
– Mi nombre es Santiago. Le escucho, aquí estoy…

En ese momento, mi mente corría a mil por hora, aparecían fugazmente imágenes y las ideas se tornaban confusas, mi corazón latía rápidamente y mis manos comenzaron a sudar, pero no era yo quien necesitaba la ayuda, ese hombre desesperado al otro lado de la línea dependía enteramente de mí. Tenía 50 años y su nombre era Manuel.
Hice una breve pausa, respiré profundamente y seguí. Debía mostrarme tranquilo.


– Quiero que respire conmigo. Inspire… 2… 3… 4… Mantenga…2 …3 …4 Suelte conmigo …6 …7 …8. Ahora cuénteme, ¿Dónde se encuentra?
– Estoy en mi casa, solo. No tengo a nadie.
– Entiendo que en este momento se encuentra solo, ¿vive con alguien más?
– Con mi esposa y mis dos hijos. Deben estar por llegar.

Manuel me había dado información importante, hace tres semanas había perdido su trabajo y se había sumido en un laberinto de ideas pesimistas y emociones negativas, su estado de ánimo no había encontrado ningún motivo para mejorar.

– Este es un buen momento para que se exprese, no voy a juzgarle, frente a todo lo que está viviendo, está en su derecho de sentirse así.
– No sé qué va a pasar, ya no podré mantener a mi familia– me contó mientras lloraba.
– ¿Alguien en su familia sabe cómo se ha sentido?
– La verdad no, bueno mi esposa sabe que he tenido problemas en el trabajo, pero mis hijos no saben nada. Trato de estar bien todo el tiempo y no quiero que me vean así, no quiero preocuparles.

Me sentía cada vez más involucrado mientras el tiempo seguía su marcha y por fin supe que ese sería mi punto de apoyo, su fortaleza estaba en sus lazos familiares, así que era momento de brindarle más recursos. Trabajamos en posicionarlo en tres espacios, su yo padre, su yo niño y su yo adulto. Surgieron diferentes ideas, en momentos no sabía qué decir, pero en medio de las palabras y silencios, él encontró sus propias respuestas y su luz al final del túnel.

– Ahora que comprendo un poco más, veo que siempre ha sido un gran apoyo para su hogar, ¿cree que su esposa y sus hijos estén dispuestos a hacer lo mismo por usted?

Manuel había comprendido que aquello que se guardaba para sí lo estaba desgastando, pues ese motivo que buscaba y que fue tan esquivo en un principio, estaba justo entrando por la puerta.

– Mi familia está aquí… << Justo a tiempo >> pensé.
– Antes de colgar, ¿recuerda lo que acordamos?
– Hablaré con ellos y les pediré cartas de apoyo a cada uno. ¡Ah sí! Cada vez que me sienta mal puedo recurrir a sus fotos que las tengo en mi billetera.
– Recuerde, puede buscar apoyo de un profesional.
– ¡Muchas gracias! – colgó.

Al terminar el turno, recogí mis cosas y me apresuré a llegar a casa, mi hija y mi esposa me esperaban como todos los días, pero esa noche entre risas y anécdotas, yo las abracé fuertemente, pero ellas me sostuvieron.

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